Aprendió a tejer con su mamá, sentándose a su lado, observando con atención cada movimiento de sus manos. Era en esos momentos sencillos, compartidos en silencio o entre charlas cotidianas, donde nacía el aprendizaje más profundo. Su madre tejía sin apuro, con la calma de quien entiende que cada hilo lleva tiempo, que cada forma necesita su ritmo. A su lado, ella imitaba con curiosidad, siguiendo los pasos con paciencia, aprendiendo poco a poco, afianzando cada gesto con dedicación. También recuerda cómo, desde pequeña, iba a estudiar llevando un morralito típico, tejido con los mismos colores y técnicas que aprendía en casa. Ese morral no era solo una mochila: era una extensión de su identidad, una forma de llevar consigo su cultura, su familia y su historia. Caminaba con él al hombro sintiendo que cargaba no solo cuadernos, sino también todo lo que la hacía ser quien es. Así, entre hilos, caminos y saberes compartidos, fue creciendo, formándose y reconociendo el profundo valor de lo que se aprende al calor del hogar y se reafirma en la vida diaria.